Me gustaría escribir ficción, pero una de mis pesadillas recurrentes tiene que ver con aburrir al personal. Por eso, decidí leer el manual del Gotham Writers Workshop, alabado por muchos autores noveles por lo interesante de sus consejos y lo práctico de sus ejercicios. A pesar de ser bastante bueno, tiene algo siniestro: esa imagen del escritor libreta en mano, extrayendo ejemplos, nombres y descripciones del mundo real para usarlas, deformarlas y reciclarlas al servicio de la historia. Caí en la cuenta a mitad de lectura: el manual del escritor es un manual de vampirismo.
No está mal que los autores acudamos a los libros para perfeccionar nuestro arte; en algún sitio hemos de aprender a chupar sangre. Existe, sin embargo, cierta raza de criaturas nocturnas que son más peligrosas cuando recurren a la narrativa para justificar sus fines. Estoy hablando, naturalmente, de los políticos modernos, que piensan que todo funciona como en las novelas o las series de televisión.
La realidad no tiene guión. Por eso, cuando Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus asesores juegan a las series, lo hacen apostando el futuro de todos nosotros. Parece que no se dan cuenta de que éste es el mundo real y lo fían todo a los intrincados guiones de Aaron Sorkin en El Ala Oeste de la Casa Blanca. Piensan que habrá un gran final, porque son políticos tan brillantes y tan listos que nada bloqueará su intento por salvar las cosas o, en el caso del señor Sánchez, dejarlas tan destrozadas que al final lo tenga más fácil a la hora de reconstruir.
A nuestros políticos y sus voceros -spin doctors, les llaman ahora en pijo- les gusta la ficción: reglas que se pueden cambiar y mecanismos que se pueden trucar para conducir la historia en pos de un final deseado. Todo dispuesto para que, en un quiebro y merced a una heroicidad o frase determinante, llegue el clímax y se obre el milagro. Nombres de personajes, pasado de los mismos y acontecimientos al servicio de un plan maestro.
Pero esto es el mundo real; donde los héroes pierden, el malo puede ganar y mucha gente puede ver sus vidas destruidas porque un grupo de niños de preescolar recién electos está jugando al «aguanta» creyendo que las leyes de Fantasía se aplican a ellos. Han pasado demasiado tiempo leyendo sobre vampiros y creen que ya pueden volar de noche. ¿Qué pasará cuando se ponga el sol? ¿Quién nos protegerá de ellos?