
Se que están ahí. Ya existían antes que la red, pero la tecnología les ha brindado una capacidad de movilización sin precedentes. La invención que nos libera siempre porta un eslabón de las cadenas que podrían esclavizarnos; por eso, mientras soñábamos con más libertad y tolerancia, ellos fueron creciendo a la sombra.
Como buen grupo de cobardes, la violencia colectiva les embriaga. Tal vez les haya visto. Son los que insultan a mujeres en Twitter, los que fletan barcos para impedir el rescate de refugiados, los racistas que sueñan con dar palizas en mitad de la noche. Qué buenas personas son en casa, qué amables con la prensa. Pero a mi no me engañan: tras el disfraz de persona acecha la jauría. En la red, hace años que les escucho aullar.
La jauría es enemiga de las buenas intenciones. Publique usted cualquier texto con aspiración progresista, solidaria o igualitaria. Solo tiene que dejar abierta la sección de comentarios y afinar el oído; pronto estarán salivando ante su puerta. El ejemplo tendría su gracia si no fuera trágicamente real. Mientras usted lee esta columna hay mujeres preguntándose si de verdad merece la pena escribir 140 caracteres para recibir cientos de amenazas de muerte en los primeros tres minutos.
La jauría es cada vez más violenta porque la están acorralando. Utilizan la ira, pero ahora no saben qué hacer con todo el miedo que tienen. Presumen de filas prietas en desmanes como la protesta de Charlottesville, un horror televisado en el que Heather Heyer, una comprometida activista y asistente legal, fue asesinada durante un atropello intencionado. La web neonazi Daily Stormer publicó un texto mofándose de la víctima con una impiedad que induce a la náusea. Ahora, no hay empresa que quiera alojar su portal.
Y cómo ladran. No encajan que el capitalismo les mire de reojo. Resulta que esos seres a los que ellos consideran risibles, inferiores, también compran. El sistema tolera muertes, pero no digiere bien que la gente deje de pagar por asco. Por eso las compañías están empezando a luchar contra la discriminación por sexos. Por eso ahora burlarse del diferente puede llevar al despido. Dicen algunos que no deja de ser cinismo. Yo no dejo de pensar en la oportunidad que supone.
El interés humano y el comercial suelen transitar por diferente carretera, pero ahora estamos entrando en un gran cruce. Tal vez sea el mejor momento para el combate ideológico, para borrar del mapa el veneno de la intolerancia, que lleva tanto tiempo matándonos. Si dos bandos consideran que sobra un tercero, ¿Qué creen ustedes que pasará con la jauría? Pregunte a los zelotes del mercado financiero; tal vez le sorprenda la respuesta.